jueves, 17 de noviembre de 2011

Los camareros también lloran


A veces los post son como ladrones de entidades bancarias que te abordan por detrás y de improvisto, enmascarados y armados, aunque no con la intención de llevarse la pasta, tu pasta, sino provocando que levantes las manos, dejes lo que estuvieras haciendo en ese momento y, únicamente, les prestes atención a ellos. ¡Egoístas! Jaja.



Este post es como un bandolero y me ha atacado cuando menos lo esperaba, para recordarme que tengo que cumplir con mis quehaceres bloggerísticos y, dar fe de un hecho, anecdótico, que aconteció esta mañana. Resulta que una servidora estaba en una cafetería céntrica, avituallándose para continuar la jornada con energía, cuando sucedió algo. La camarera que se ocupaba de atender las mesas que iban llenándose con alegría (mientras el encargado hacía lo mismo con la barra) y, a la que miraba a ratos, furtivamente, porque siempre es útil aprender de tus colegas truquitos, de repente, comenzó a llorar.

Desconozco realmente las razones de su llanto pero, al ver la secuencia entera, incluso los previos del momento, todo parece apuntar a una descarga de estrés. Fue un momento, un instante, en el que su cara a punto de desencajarse del todo ante, seguramente, el desbordamiento de clientes, se reflejó en los espejos del fondo del local.


Por un momento sentí como si ambas compartiéramos un secreto y hubiéramos jurado no revelarlo nunca. Sí, suena a flipada, lo sé pero, lo digo porque nadie más se dio cuenta ya que enseguida la joven se recompuso y, también, porque es una sensación que he experimentado en ocasiones, en el no siempre aguantable puesto de cara al público, ya sea delante o detrás de una barra.


Alguna que otra vez me sigue sucediendo y, también, influye el que sea un día regular ya de por sí pero, pasar por esos momentos, se resuelvan cómo se resuelvan, curte. Crean músculo. Aportan experiencia, en una palabra. Esta chica siguió poniendo cafés, posiblemente estresada pero, seguro que a la salida de su turno pudo respirar aún mejor por haber salido, también, indemne del envite.


Como también le sucedió a aquella (ya mítica) camarera del Nervosa cuando tuvo que aguantar a un Frasier delicadito y quisquilloso, durante un capítulo entero (el último de la primera temporada, el grandioso “Un café con Niles”), con su Zimbabwe descafeinado, con leche desnatada y sin canela a la vista.
Y es que, sí, hemos comprobado que los camareros tienen problemas y, ¡hasta sienten y padecen! Algo en lo que parecemos nunca caer.


Contenta por el hallazgo, me he ganado un Cafecito Vienés con su cremita jiji :)

lunes, 14 de noviembre de 2011

Por París y de la mano del mejor Allen

¿Qué pensarías cuando ves en cartelera a Owen Wilson -sí, el mismo de esa bodrio que es 'Noche en el museo'- en una película dirigida por un Allen que no está(ba) en sus mejores momentos creativos -véase la horrible 'Vicky Cristina Barcelona' o la insípida 'Conocerás al hombre de tus sueños'? Pues sí, que prefiero tirar por el balcón los ocho euros de la entrada antes que perder una tarde en el cine en esta compañía es la idea preconcebida con la que me enfrenté cual gata panza arriba a 'Midnight in Paris'.

Y como suele suceder con las opiniones prefijadas, admito aquí y ahora que he vuelto a recuperar la fe en Allen e, incluso, hasta ya veo más atractivo a Wilson.

'Midnight in Paris' nos devuelve al Allen que se había perdido en los últimos años. Ese Allen fresco, atrevido, conmovedor y divertido sin ser pedante. Y todo ello de forma sencilla. En esta cinta, que mañana sale a la venta para delicia de cinéfilos caseros, nos encontramos los 'antagonistas' de tintines rebuscados, avatares azules, superhéroes varios y a cada cual más fúnebre.

Dando a los espectadores un respiro a tanto poderío tecnológico, Allen nos da una vuelta aparentemente sencilla y muy vitalista al París de los años 20, ofreciéndonos además interpretaciones y cameos de esos que te ponen la piel de gallina. Es en esta cinta donde Owen se reivindica como actor y no como mero bufón y donde podemos ver a una Marion Cotillard tan femenina, risueña y fantástica que hasta a mí me dan ganas de plantarle un beso.

Por su todo esto fuera poco, ahí tenemos a los verdaderos 'héroes' de la cultura. Corey Stoll en la piel -y verborrea- de Hemingway, a Tom Hiddleston como el perfecto Scott Fitzgerald o a Adrien Brody como el doble de un Salvador Dalí con el que protagoniza uno de los momentos más divertidos del film, son sólo algunos de los personajes que conforman la galería interminable de unos intelectuales que con sus obras ya forman parte del imaginario de todos nosotros. Y todo ello por las calles de París, por sus librerías, música y cafés, sus luces y su lluvia... Todo un placer visual y mental.

martes, 8 de noviembre de 2011

"Póngame un..."

Leí hace días un texto del siempre genial David Gistau en el suplemento “EM2” de “El Mundo”. Recuperé el periódico de la cocina que, en mi caso, es como aludir al patíbulo para diarios, revistas y demás papeles al llamarme la atención el textito. Aludía a un bar regentado por un japonés con aspecto venerable que maneja la coctelera al mismo tiempo que te saca una bandeja de Sushi de la cocina.

Shuzo Mitsubayashi, que es como se llama el buen señor, echa mano de cualquiera de sus 39 marcas de Ginebra para realizar Gin-tonic clásicos con su limón o lima así como más innovadores con uvas o frambuesa para ese toque final. Me llamó la atención porque hablaba de cócteles y combinados, eso a primera vista. Leyendo el artículo hubo una reflexión final interesante. “(…) Aquello en lo que siempre consistió bajar al bar: buen trago que no hace falta ni pedir porque nos conocen, sentido de pertenencia y la certeza de que, aún yendo sólo, habrá alguien con quien retomar una conversación”.

Albert Espinosa, director (entre otras de “Planta Cuarta”), guionista o colaborador de “El Periódico de Catalunya” (y todo siendo ingeniero industrial) publicó un libro llamado “El Mundo amarillo” que está siendo un éxito de ventas y del que hablaré en próximas fechas. En él aconseja, como previamente hizo su oncólogo, que planteara cualquier duda y elaborara cualquier reflexión.

En concreto, el propio Espinosa piensa que lo óptimo es hacer/hacerse 5 buenas preguntas al día. Yo, de momento, hoy sólo tengo una y está relacionada con aquello que mencionaba Gistau. El papel de un Barman/Barwoman.

Señores y señoras pacientes en muchos casos que aguantan cambios de humor de clientes, altanerías, deseos de cosas imposibles que cantarían los de La Oreja de Van Gogh, problemas con el cambio jaja. Con horarios flexibles ante la exigencia de clientes a los que prefieren atender, quién sabe si para ganarlos como fieles en el futuro pero, seguro que, para agradarlos en el presente. Por esa vocación, en el fondo, de servicio, de atender, de intentar que quién pida un café, un refresco, una cerveza o un combinado quede satisfecho.

En algunos casos los Barmen se lo toman muy al pie de la letra esto último, como Tom Cruise con las clientas a las que seducía gracias a su talento con la coctelera y el movimiento de manos (mal pensados) detrás de la barra de la peli “Cocktail”. Vocación de servicio, lo que yo diga. En este video puede verse a Cruise y su jefe en plena faena, dándole vida al bar repleto: http://www.youtube.com/watch?v=5YbjzztYbUo


“Le solté al barman mil de propina” reza el Peor para el Sol de Sabina. Otros camareros que dejan satisfechos a clientes y lo ven revertido en compensación económica. No es lo habitual. Ahora me quito la máscara cual Zorro y desvelo que a lo largo de estas líneas también ha hablado mi corta experiencia detrás de una barra y, en general, en el sector hostelero. Pero, es justo que mencione, también, los buenos momentos que te da un cliente que está al otro lado de la barra. Las conversaciones más nimias que derivan en lo más trascendente, el buen humor y paciencia que, a veces, tienen ellos con los que servimos.


El placer de una buena charla y, el poder ayudar, a veces simplemente por el hecho de darla. “…Y la certeza de que, aún yendo sólo, habrá alguien con quien retomar una conversación” que decía Gistau. El hecho de que habrá alguien al otro lado.
Al final, la figura del barman es necesaria, desde cualquier punto de vista. Y, qué gusto da acudir al lugar en el que Everybody knows your name (8) ;).

lunes, 7 de noviembre de 2011

Tchaikovsky

En 1893 moría el compositor ruso Pyotr Ilyich Tchaikovsky. Por ello, y para no enrollarme como lo suelo hacer habitualmente, os dejo unos vídeos que hablan por sí solos. Disfruten:







viernes, 4 de noviembre de 2011

La emoción de la historia

- ¿Usted ve algo?
- Sí, ¡cosas maravillosas!

Hoy voy a hacer una confesión: como si estuviese en medio de una trama surrealista a lo David Safier en su último libro 'Yo, mi, me... conmigo' (ya hablaremos de él en próximos post) me encantaría cerrar en estos momentos los ojos y trasladarme justo a un 4 de noviembre... pero de 1922 y en Egipto.

Y es que tal día como hoy de hace 89 años, sin látigo y posiblemente sin un sombrero Fedora, Howard Carter hacía el que quizá sea el mayor descubrimiento en la historia de la egiptología: la tumba de Tut-anj-Atón (Tutankamón para los amigos). En aquel momento, Carter era un arqueólogo pobre que dilapidaba su última oportunidad de seguir excavando en el Valle de los Reyes cuando, ya que estaba y seguramente sin muy buenos modales, decidió derribar las cabañas de sus obreros y comenzar a excavar.

Bajo aquellos cimientos, el británico encontró la primera escalera de una tumba que parecía intacta. Tras mucho trabajo, con una antorcha y por un estrecho pasillo, Carter pronunciaría las palabras con que comienzo este post: había descubierto la que hasta día de hoy puede ser la tumba y tesoros mejor conservados de los faraones egipcios -aunque sí, el joven faraón tampoco se libró del expolio de los saqueadores-.

Amigos, ¿quién no ha soñado con ser arqueólogo? Yo siempre he querido ser periodista, pero muchos de los héroes que de vez en cuando se asoman con sus batallas a mi mente y desbordaban mi imaginación en la infancia se han dedicado en algún momento a soplar el polvillo de viejos tesoros y vivir mil una aventuras.

Si entre los arqueólogos de ficción el rey es Indiana Jones -cuya primera película, 'En busca del arca perdida', cumplió este año 30 años- la vida y dilemas de los de carne y hueso no quedan atrás. De ahí mi homenaje a estos hombres gracias a los cuales mi madre me echará de casa por acumular sus libros y los de sus descubrimientos.

Al hablar de arqueólogos ilustres, no crean que Carter y la famosa -y falsa- maldición, es el único fascinante. Ahí está por ejemplo Heinrich Schliemann, un viajero-arqueólogo sin formación aparente cuyo sueño era encontrar la mítica Troya dejándose guiar sólo por la ayuda de Homero. Tras trabajar como grumete a comerciante y pasear por América del Norte, San Petersburgo, Egipto, Palestina, Siria y Grecia, este alemán decidió dar portazo a todo con 46 años y volver a sus sueños de niño. Y la encontró. Guiado por un libro al que todo el mundo consideraba una brillante ficción, Schliemann consiguió hacerla real y devolver a Troya a los libros de Historia.

Pero si hablamos de arqueólogos, no podemos olvidar al 'padre' de la arqueología moderna: sir Leonard Woolley. Después de varios años investigando por los poco polvorientos pasillos del Museo Ashmolean de Londres, Woolley decidió que ya era hora de dedicarse al temido y sorprendente 'trabajo de campo'. Tras varios años por tierras orientales, su fama la encontraría en Iraq, cuando descubrió los antiguos restos de la ciudad sumeria de Ur y las primeras evidencias geológicas del diluvio plasmado en Gilgamesh, la narración escrita más antigua de la Historia, y que recoge en una de sus tablillas un diluvio muy parecido al que recoge la Biblia.

Pero antes de su paso por la actual Iraq, Woolley compartió algo parecido a una casa en Siria con una persona cuya vida es lo más parecido a la figura del héroe arqueólogo-aventurero-guerrero de las películas: Thomas Edward Lawrence, también conocido como Lawrence de Arabia.

Lawrence no se merece un post, sino un blog entero. Pero antes de que esta aseveración produzca arritmias en mis compañeras de blog, sólo amenazo con un post dedicado en exclusiva a él. Porque se lo merece. Historiador de carrera, el carácter introspectivo, sagaz, inteligente y aventurero le llevó a recorrer Francia en bicicleta para su tesis sobre los castillos de los cruzados (la cual terminaría con matrícula de honor, olé qué listo). Después, se marchó a Siria donde trabajaría con Woolley en los yacimientos hititas de Karkemish. El dominio necesario de las lenguas de toda la parte de Oriente Medio le llevó a ser captado por el servicio secreto británico durante la Primera Guerra Mundial.

A partir de entonces, empieza el Lawrence guerrero, con sus momentos de gloria y su tragedia. Sería en el desierto -ahora jordano- de Wadi Rum donde pondría a prueba las teorías de Clausewitz y donde lograría sus mayores gestas, haciéndole sentir casi inmortal. Y sería en Siria donde descubriría amargamente que de inmortal poco. Durante toda la campaña se debatió entre el deber a la patria y el amor a unos desconocidos a los que servía y que le servían.

Y ello, antes que el dolor físico, quizá fue su verdadera tragedia: él prometió la libertad a los árabes que allí luchaban, pero muchos le consideraron un traidor cuando el pastel de Oriente se lo repartieron entre Francia y Gran Bretaña ¿Lawrence estaba al tanto de ello? Lo más probable es que sí, pero poco se le puede achacar, luchó con los árabes para darles lo prometido esperando poder ganar también la batalla de la diplomacia. No lo consiguió, pero aquellos que lucharon con él, los beduinos de los desiertos, siguen recordándolo con su cara esculpida en lo que fuera su base en Wadi Rum.