viernes, 4 de noviembre de 2011

La emoción de la historia

- ¿Usted ve algo?
- Sí, ¡cosas maravillosas!

Hoy voy a hacer una confesión: como si estuviese en medio de una trama surrealista a lo David Safier en su último libro 'Yo, mi, me... conmigo' (ya hablaremos de él en próximos post) me encantaría cerrar en estos momentos los ojos y trasladarme justo a un 4 de noviembre... pero de 1922 y en Egipto.

Y es que tal día como hoy de hace 89 años, sin látigo y posiblemente sin un sombrero Fedora, Howard Carter hacía el que quizá sea el mayor descubrimiento en la historia de la egiptología: la tumba de Tut-anj-Atón (Tutankamón para los amigos). En aquel momento, Carter era un arqueólogo pobre que dilapidaba su última oportunidad de seguir excavando en el Valle de los Reyes cuando, ya que estaba y seguramente sin muy buenos modales, decidió derribar las cabañas de sus obreros y comenzar a excavar.

Bajo aquellos cimientos, el británico encontró la primera escalera de una tumba que parecía intacta. Tras mucho trabajo, con una antorcha y por un estrecho pasillo, Carter pronunciaría las palabras con que comienzo este post: había descubierto la que hasta día de hoy puede ser la tumba y tesoros mejor conservados de los faraones egipcios -aunque sí, el joven faraón tampoco se libró del expolio de los saqueadores-.

Amigos, ¿quién no ha soñado con ser arqueólogo? Yo siempre he querido ser periodista, pero muchos de los héroes que de vez en cuando se asoman con sus batallas a mi mente y desbordaban mi imaginación en la infancia se han dedicado en algún momento a soplar el polvillo de viejos tesoros y vivir mil una aventuras.

Si entre los arqueólogos de ficción el rey es Indiana Jones -cuya primera película, 'En busca del arca perdida', cumplió este año 30 años- la vida y dilemas de los de carne y hueso no quedan atrás. De ahí mi homenaje a estos hombres gracias a los cuales mi madre me echará de casa por acumular sus libros y los de sus descubrimientos.

Al hablar de arqueólogos ilustres, no crean que Carter y la famosa -y falsa- maldición, es el único fascinante. Ahí está por ejemplo Heinrich Schliemann, un viajero-arqueólogo sin formación aparente cuyo sueño era encontrar la mítica Troya dejándose guiar sólo por la ayuda de Homero. Tras trabajar como grumete a comerciante y pasear por América del Norte, San Petersburgo, Egipto, Palestina, Siria y Grecia, este alemán decidió dar portazo a todo con 46 años y volver a sus sueños de niño. Y la encontró. Guiado por un libro al que todo el mundo consideraba una brillante ficción, Schliemann consiguió hacerla real y devolver a Troya a los libros de Historia.

Pero si hablamos de arqueólogos, no podemos olvidar al 'padre' de la arqueología moderna: sir Leonard Woolley. Después de varios años investigando por los poco polvorientos pasillos del Museo Ashmolean de Londres, Woolley decidió que ya era hora de dedicarse al temido y sorprendente 'trabajo de campo'. Tras varios años por tierras orientales, su fama la encontraría en Iraq, cuando descubrió los antiguos restos de la ciudad sumeria de Ur y las primeras evidencias geológicas del diluvio plasmado en Gilgamesh, la narración escrita más antigua de la Historia, y que recoge en una de sus tablillas un diluvio muy parecido al que recoge la Biblia.

Pero antes de su paso por la actual Iraq, Woolley compartió algo parecido a una casa en Siria con una persona cuya vida es lo más parecido a la figura del héroe arqueólogo-aventurero-guerrero de las películas: Thomas Edward Lawrence, también conocido como Lawrence de Arabia.

Lawrence no se merece un post, sino un blog entero. Pero antes de que esta aseveración produzca arritmias en mis compañeras de blog, sólo amenazo con un post dedicado en exclusiva a él. Porque se lo merece. Historiador de carrera, el carácter introspectivo, sagaz, inteligente y aventurero le llevó a recorrer Francia en bicicleta para su tesis sobre los castillos de los cruzados (la cual terminaría con matrícula de honor, olé qué listo). Después, se marchó a Siria donde trabajaría con Woolley en los yacimientos hititas de Karkemish. El dominio necesario de las lenguas de toda la parte de Oriente Medio le llevó a ser captado por el servicio secreto británico durante la Primera Guerra Mundial.

A partir de entonces, empieza el Lawrence guerrero, con sus momentos de gloria y su tragedia. Sería en el desierto -ahora jordano- de Wadi Rum donde pondría a prueba las teorías de Clausewitz y donde lograría sus mayores gestas, haciéndole sentir casi inmortal. Y sería en Siria donde descubriría amargamente que de inmortal poco. Durante toda la campaña se debatió entre el deber a la patria y el amor a unos desconocidos a los que servía y que le servían.

Y ello, antes que el dolor físico, quizá fue su verdadera tragedia: él prometió la libertad a los árabes que allí luchaban, pero muchos le consideraron un traidor cuando el pastel de Oriente se lo repartieron entre Francia y Gran Bretaña ¿Lawrence estaba al tanto de ello? Lo más probable es que sí, pero poco se le puede achacar, luchó con los árabes para darles lo prometido esperando poder ganar también la batalla de la diplomacia. No lo consiguió, pero aquellos que lucharon con él, los beduinos de los desiertos, siguen recordándolo con su cara esculpida en lo que fuera su base en Wadi Rum.

2 comentarios:

  1. madre mía qué pasada de post... he aprendido más de arqueología que viendo toda la saga de Indiana jajajaj y desde luego, creo que esta vez Ana y yo nos hemos ganado el derecho a alargarnos en nuestros post... ¿eh, pillina? jajajaja GENIAL, y por cierto, me quedo con Indy de entre todos los arqueólogos del imaginario :)

    ResponderEliminar
  2. Sí, mea culpa, la verdad es que es un tema en el que cada vez que leo o veo algo nuevo me apasiona todavía más, así que me he alargado más de cuenta, y eso que no he mencionado las historias de Johann Ludwig Burckhardt, a quien le debemos el redescubrimiento de Petra para los occidentales, entre otras cosas, y otros tantos... Y bueno, Indy a mí también me gusta, pero al lado de la historia de Lawrence es como vivir en la serie de los osos amorosos, jajajaja

    ResponderEliminar